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domingo, 3 de octubre de 2021

La vieja cicatriz.

El otro día, sacando al perro con mi nieto, me toqué la mano derecha y noté la dureza de una pequeña cicatriz, en forma de triángulo que tengo en la palma de la misma. Le conté al nieto una pequeña historia de como me hice esa herida. Siempre que la toco mi mente me lleva a los años setenta, a una tarde de pesca con mi padre. 

En Ceuta donde me crie, la mayor parte de la costa es de acantilados, grandes barrancos con playas estrechas de cantos rodados y piedras, roquedos y calas, donde cuando baja la marea, se forman charcas y cuevas , ideales para pescar con chambel. 

Mi padre era muy aficionado a ir los fines de semana a echar el rato, mariscando lapas, burgaillos o incluso mejillones, a sacar con piedra lipe los gusanos de las piedras para pescar y con suerte pillar algún sargo o rascacio, para cocinarlo en casa.

Abajo en la playa, por la que se accedía y se sigue usando hoy en día, hay una larga escalera de mas de 250 escalones, que serpentea por el acantilado, abajo había un viejo búnker que habitaba un tipo pintoresco, por cierto era primo de mi padre, un tal Braulio, un bohemio excéntrico y algo loco al que apodaban "Chamaco", en el bunker de dos habitaciones, la primera era un bar, donde vendía cervezas, refrescos, pan y alguna lata de conservas, donde se juntaba una camarilla de amigos a fumar, beber y echar la tarde en invierno, luego, en verano era el lugar donde comprar chucherías y bebidas, las cuales al no haber luz, se enfriaban en una nevera llena de hielo.

Cerca de este chiringuito primitivo, pero con su encanto, entre las rocas, había una charca de forma mas o menos rectangular, a la que con coña marinera, en una roca había pintado Braulio :"Piscina del bar KK", que era el nombre del garito.

Pues una tarde, no recuerdo si de otoño, bajamos por allí a pescar, mi padre iba delante, pasando de piedra en piedra y yo le seguía, con la mala fortuna que resbalé para caer sentado, puse las manos y una botella de cerveza rota, se me clavó en la mano, me levanté de un salto, saqué el cristal.  La mano empezó a sangrar como si hubieran matado a un cochino. En la misma "Piscina", metí la mano para enjuagarla, mi padre lo vio y me preguntó ni nos íbamos, yo le dije que no, que no era nada, aunque me dolía bastante, aguanté como un campeón, pues eran mas las ganas de pasar la tarde en la playa que el haberme cortado en la mano y tener que regresar a casa.

El agua del mar, limpia y cristalina, como suele estar en la playa del Sarchal, hizo su efecto y al rato la herida dejó de sangrar.

Ahora, cerca de 50 años después, cuando me toco la cicatriz, a mi memoria vienen imágenes, olores y momentos, perdidos en las arenas del pasado, pero sobe todo el recuerdo de mi viejo y aquellas tardes husmeando por las rocas, buscando pequeños tesoros en mi imaginación de niño, mientras mi padre encima de una piedra tiraba el chambel, para ver si picaba algo.


En la foto, la escalera de la playa del Sarchal, abajo se aprecian los restos del bar KK y a la derecha del mismo, la "Piscina".