EL VIEJO CARCAMAL.
Estaba a vuelta de todo, mas cerca de ser octogenario de lo que le
hubiera gustado, jubilado hace ya bastantes años, Luis dedicaba su
tiempo a su segundo gran amor, una Electra, que conservaba desde que
se la compró, azul y reluciente, allá a principio de los noventa,
después de haber pasado desde su juventud por varios hierros.
Recordaba como si fuera ayer, cuando la sacó del concesionario, al
fin, después de tanto ahorrar pudo hacer realidad su sueño, y en
compañía del amor de su vida, Carla, pudo dar un primer paseo en
una Harley con su mujer.
¡Que
días mas felices!, ¡Que fines de semana!, visitando lugares,
asistiendo a fiestas, conociendo a gente, su primer viaje largo, en
verano , durante las vacaciones de julio, en compañía de su esposa,
rodando de punta a punta el país, durmiendo a veces en hoteles y a
veces bajo las estrellas…..
Carla,
se fue, hace ya doce años, no había día que al mirar la moto, no
la recordara, con sus botas, su casco y su pañuelo al cuello, 39
años juntos, y un mal día de septiembre, sucumbió, como un
gorrioncillo herido, ante el cáncer que la atenazaba con garra de
acero.
¡Cómo
la añoraba!, se conocían hasta lo mas profundo de su ser, como si
fuera uno, la prolongación del otro. Fue un duro golpe, se pegó
cerca de un año sin coger la moto, pues siempre le recordaba a su
querida Carla.
Ahora
rodaba solo, por carreteras secundarias, por el simple placer de
hacer kilómetros y kilómetros, casi insensible al cansancio. Ya no
le divertían las fiestas, huía de las aglomeraciones de gente, como
de la peste, se había convertido con el tiempo en un lobo solitario.
A veces desaparecía por varias semanas, durmiendo donde le pillaba
la noche, aunque sus huesos le cobraban un duro precio, por dormir en
una colchoneta y un saco de dormir militar. Rodaba y rodaba, sin
rumbo definido, parando donde el paraje era espectacular, para
descansar y admirar la belleza de la naturaleza en silencio, mientras
se fumaba un pitillo, hábito que pese a las advertencias de su
médico, no había podido dejar desde los quince años, ¡Pero que
coño!, ya era muy viejo para cambiar.
Fue
en uno de estos viajes, donde por una ironía del destino, se
cruzaron en su camino unos tipos, un grupo de indeseables, en fila de
a dos, ocupando casi toda la calzada, llenando la misma de orgullo y
prepotencia, pasaron como una exhalación junto a el, casi lo tiran
de la moto y de milagro, logró frenar en la cuneta, sin llegar a
caerse.
Se
fijo bien en ellos, eran una veintena, melenudos, sucios, con sus
monturas rugientes, en sus espaldas un gran parche con una cabeza de
lobo aullando y con sangre en sus fauces, y arriba del logo unas
letras en blanco que decían: “Luna Llena”. Se los quedó
mirando, mientras aparecían y desaparecían, al pasar por las
siguientes curvas.
Pensó,
que menuda panda de hijos de puta, casi lo tiran al suelo y no se han
dignado a parar, gente sin el espíritu que caracteriza a la gente de
la moto, un grupo de mal nacidos.
Total,
no le había pasado nada grave, aparte del susto, montó en su
Electra y volvió al duro asfalto, para continuar con su ruta.
Como
dije antes, el destino a veces nos tiene reservadas sorpresas, a
veces agradables y otras como la mordedura de una víbora, tan
rápidas y letales, que no te das cuenta donde te has metido, hasta
que es demasiado tarde. Así fue que Luis, se cruzó de nuevo en el
camino de los “Luna Llena”, o fue más bien al contrario.
En
el siguiente pueblo, en un área de servicio, estaban aparcadas las
motos de esta manada de nómadas de la carretera. Paró, pues tocaba
repostar y de paso tomar un café. Llenó el depósito de la moto, y
la estacionó, no lejos del resto de motos.
Al
entrar en el bar, un griterío lo inundaba todo, voces hoscas,
palabras soeces y mucha cerveza en las mesas. El que parecía ser el
líder del grupo, era un tipo moreno y alto, de ojos negros como el
carbón, brazos y pecho tatuados y con una gran cicatriz en su mano
izquierda, seguramente recuerdo de alguna pelea a navaja, este tipo
se mantenía un poco al margen, mirando desafiante a los clientes del
bar, y al entrar Luis, le dirigió una mirada despectiva. Luis se
dirigió a el y le increpó: “A ver si tenéis mas cuidado, casi me
matáis antes al adelantarme, vais a provocar un accidente, os podéis
matar vosotros, o lo que es peor, que se mate otro”. Se hizo de
repente el silencio, y el jefe de la manada, se adelantó un poco y
le dijo: “Oye viejo, a ver si te metes en tus asuntos, no te
importa una mierda lo que hagamos, y si no te gusta te jodes, lo que
tienes que hacer, es no estar con tu cafetera a paso de tortuga por
medio de la carretera, que estás muy mayor para dar el coñazo”,
entonces hubo una explosión de risotadas por parte de los demás
miembros del grupo, y empezaron los insultos: “Anda viejo, con el
parkinson, ve a tomarte la pastillita”, “Abuelo, que estás muy
mayor para jugar a guerrero de la carretera, ja,ja,ja,..”.
Comprendió
que con esa chusma no había nada que hacer, se fue al otro extremo
de la barra y pidió un café solo y bien cargado, como lo llevaba
tomando desde que tenía uso de razón, la camarera, una guapa
pelirroja le dijo que no les hiciera caso, que solían pasar cada
cierto tiempo por allí, y que era gente con la que no convenía
tener roces.
Se
tomó tranquilamente su café pagó y salió a la calle, al pasar por
la puerta aún tuvo que soportar las burlas del alguno de los tipos
de las motos.
Montó
en su Harley, arrancó y volvió a la carretera, cuando llevaba unos
kilómetros, por su retrovisor izquierdo, observó como se acercaba
una motocicleta a gran velocidad, se puso a su altura y vio que era
el jefe de la banda de motoristas, le miraba con una sonrisa cruel en
los labios, y cuando menos se los esperaba le dio una patada que lo
sacó de la carretera, allí fue a parar, dando tumbos por la cuneta,
la moto por un lado y él por otro, varios golpes en la cabeza, que
amortiguaron el casco y rozaduras con piedras del camino, después de
varios segundos que parecieron interminables, dejó de rodar por los
suelos, e intentó incorporarse, pero de pronto una bota en su pecho
se lo impidió, era aquel tipo, que aún no había terminado su
trabajo, y mirándolo a sus ojos, le dijo lentamente: “Eh, tú
viejo, a mi nadie me llama la atención, y menos delante de mis
chicos, la carretera es mía y aquí mando yo, la próxima vez te
quito de en medio, espero que me hayas entendido, carcamal”, le
escupió a la cara, volvió al asfalto, montó en su moto y dio media
vuelta, con un acelerón brutal, dejando tras de sí humo, polvo y
olor a goma quemada.
Le
costó casi media hora incorporarse, estaba dolorido y magullado, por
suerte la chupa de cuero y el casco, le salvaron de haber quedado
hecho trizas, le dolía al pecho por el golpe y respirar era un
suplicio, pensó que casi seguro se había roto alguna costilla y dio
gracias por poder contarlo. Luego lentamente se acercó a su moto,
tirada unos diez metros mas allá, su querida máquina estaba como un
animal patas arriba, tirando aceite y gasolina, intentó ponerla en
pié, pero su espalda y pecho protestaron con un agudo dolor. Al rato
apareció un chico en una furgoneta, el cual le ayudó a levantar la
moto y llamar a la grúa. De camino a casa montado en la grúa, pensó
largamente en el tipo aquel que por poco lo mata, y una idea fue
fraguando en su cabeza.
Lejos
de denunciar los hechos, mintió al seguro y se inventó una historia
de un animal que se cruzó en su camino y provocó el accidente, a
el, en el hospital le vendaron el pecho contusionado, y salvo golpes
y moratones, nada revistió gravedad, algo que sorprendió a los
médicos que le atendieron, dada su edad, pero una vida de arduo
trabajo, le había endurecido el pellejo, como el cuero curtido.
Siete
meses mas tarde, ya plenamente recuperado, volvió a la carretera
donde aquel desalmado casi lo mata, no se dejó ver, dormía en el
campo o en casas abandonadas, vigilaba la carretera, su experiencia
de varios años cuando joven en el ejército, le había templado los
nervios, y era capaz de pasar horas casi sin pestañear, oteando la
carretera, vigilando los sitios que probablemente visitaba el grupo
motorista.
Y
un buen día, “eureka”, casi por casualidad, después de varias
semanas, vio a uno de los “Luna Llena” circulando por una
carretera comarcal, lo siguió a bastante distancia y vio como tomaba
un camino de tierra que se adentraba campo adentro, mas tarde se
acerco y vio un garito de madera, donde las motos estaban aparcadas
en el patio delantero, y en cuyo interior se oía Rock a todo
volumen. Agazapado, se acercó a una de las ventanas laterales, y por
medio de un trozo de espejo, atisbó dentro, y comprobó que
efectivamente eran los “Luna Llena”, borrachos como cubas,
gritando y cantando como energúmenos. Y entre ellos, el mal nacido
que casi se lo lleva por delante. Retrocedió y se escondió detrás
de una roca, y lo tuvo claro, esa noche pagarían por lo que
hicieron.
Espero
tranquilamente a que oscureciera, la fiesta, en vez de amainar, fue a
peor, pues de la cerveza se pasó al bourbon, a la coca y pastillas
varias, lo que dejó fuera de combate o flipados a la mayor parte de
la veintena escasa de motoristas.
Ya
de madrugada, se decidió, se acercó lentamente a la casa, que
seguramente era refugio de esos animales, y tras un breve vistazo por
la ventana, vio que la mayoría estaban tirados por los suelos, la
música seguía, nadie tenía ganas o fuerzas de apagarla, y vio que
su verdugo, estaba sentado en un sillón, con la mirada como ida,
seguramente a causa de algún alucinógeno.
Lentamente y sin hacer ruido, atrancó la puerta con un madero, se
acerco a una de las motos, cortó el macarrón de la gasolina y llenó
una lata de aceite, que había por allí tirada, con las otras motos
hizo lo mismo, dejando chorrear gasolina por el suelo. Con la lata
llena de 95 octanos, se acerco a la casa y la fue vertiendo
alrededor, sobre todo debajo de las dos únicas ventanas, posibles
vías de escape, luego dejó un reguero y se alejó de la casa.
Cuando estuvo a una distancia que creyó segura, sacó su Zippo y
encendió la línea de gasolina, una llama azul corrió veloz hacia
la casa, en cuestión de segundos las llamas alcanzaron mas de dos
metros de altura, los desgraciados que andaban dentro, ni siquiera se
dieron cuenta de nada, hasta que las llamas lamieron las ruedas a las
motos, y por efecto dominó, empezaron a explotar una a una, un ruido
tremendo surco el aire de la noche que se mezcló con la música a
todo volumen y llamas enormes se alzaron hacia la noche estrellada.
Los motoristas con el ruido de la explosión, se dieron cuenta
demasiado tarde de lo que pasaba, gritos y alaridos de pánico salían
del interior, la casa prácticamente era una tea ardiente, pero de
pronto como un demonio salido del mismísimo infierno, el jefe,
despidiendo llamas por su ropa , la cual goteaba derretida por las
mangas, consiguió salir corriendo y en una de las dos motos que
quedaron en pié, se montó y salió a toda velocidad por el camino,
huyendo del calor infernal que despedía la casa, los compases de
“Carretera al infierno”, aún sonaban a todo volumen, como una
broma macabra. Dentro ya no se escuchaban gritos, era espantoso ver a
aquel tipo como una antorcha humana, camino arriba, con la moto
rugiendo, despidiendo trozos de tela y piel en llamas y aullando como
un demonio. De pronto, un golpe seco hizo que la moto y el cuerpo
siguieran una veintena de metros mas antes de caer humeando, en
cambio la cabeza quedó atrás, un cable cruzado entre dos árboles,
pusieron fin a la carrera sin rumbo de aquel desgraciado, se acercó
sin prisas a donde reposaba la cabeza de aquel tipo, una mirada de
sorpresa y horror se dibujaba en la horrible cara medio quemada , y
Luis comentó como para si mismo “la carretera es mía y aquí
mando yo, nunca menosprecies a un carcamal”.
Sacó
su moto de detrás de las rocas donde la escondió el día anterior,
y dejando la pira de llamas a sus espaldas, se dirigió lentamente a
la carretera, cuando ya empezaba a clarear con las primeras luces del
amanecer delante de sus ojos.
Luis,
aún sigue ruteando por esas carreteras de Dios, así que ya sabes
amigo, si te cruzas con un viejo carcamal en una Electra azul,
procura respetarlo, te lo digo por tu bien……
No hay comentarios:
Publicar un comentario