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lunes, 21 de marzo de 2022

Aquellos locos del deporte.

 A finales de los 70,s no se veía a casi nadie corriendo por la calle. Eso de hacer deporte era de cuatro majaras. Con doce o trece años empecé a correr y entrenar de forma autodidacta, recordad que no había información, ni escuelas de atletismo, al menos que yo recuerde en mi ciudad, Ceuta, estaba el Club los Delfines, donde se practicaba piragüismo y halterofilia, pero yo estaba en otras cosas, de hecho años mas tarde me apunté a Halterofilia con el fallecido Alfonso, pues estaba muy canijo y quería desarrollar algo de masa muscular, tras un par de meses, me di cuenta que no era lo mío, pero eso es otra historia.

A lo que iba, siempre hice deporte, la película Rocky del 76 tuvo mucha culpa, ver a Sylvester entrenar, levantar pesas y ponerse fuerte me alucinaba y sobre todo eso de correr. Vivía en el Recinto Sur, al lado del bunquer, me ponía las zapatillas y a darle la vuelta al Hacho, ir hasta la frontera del Tarajal o bajar hasta la Puntilla, eran recorridos habituales que hacía casi a diario, en la azotea de casa tenía también algunas pesas hechas de latas y cemento y un tablón que con mi primo robamos de una obra en el puerto, lo usábamos de banco y para hacer abdominales, la llevamos entre los dos en lo alto de mi Vespino hasta el Recinto, imaginad la escena.

 La cuestión es que a veces iba a correr ya con 16 años, antes o después de currar, en invierno todo oscuro era una odisea darle la vuelta al Hacho, me guiaba por las líneas centrales de la carretera, cuando veía la luz de un coche, me echaba al lado y después seguía por el centro, por que no veía casi por donde iba, hasta que llegaba a la zona de la bolera y por fin había farolas. 

Había días que me levantaba a las siete, iba a correr, luego ducha de agua fría, pues en casa no había calentador de agua y después de desayunar, al trabajo.

Lo curioso del asunto es no me cruzaba con nadie corriendo, lo habitual era hacer kilómetros y kilómetros y cruzarte igual con uno o dos corredores y no todos los días, así que imaginad por el Hacho de noche.

Hace unos años bajé a Ceuta por un asunto familiar, andaba por el tanatorio y alucinaba con la cantidad de caballas que pasaban corriendo, andando, en bici, con perro, en grupo o en solitario, era un constante ir y venir de gente. Entonces me acordé de aquel chaval con su chándal barato y sus primeras Adidas que le costaron un pico de su sueldo, aquellos kilómetros en solitario, con frío y oscuridad, sin carril para correr, al que lo movía su juventud y su afán de superación.

Me pregunto cuantos de estos de ahora, correrían en aquellas condiciones. Si, eran otros tiempos, pero también estábamos hechos de otra pasta. Es una alegría, por otro lado, ver como ahora el deporte es algo natural y no una rareza de cuatro locos. Y sobre todo como han mejorado las infraestructuras para que se pueda realizar con mas seguridad. 

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