En el 2014, escribí éste relato, me gusta darle a la tecla, aunque la verdad no le dedico el tiempo que me gustaría, tengo que replantearme como uso mi tiempo, leer mas y escribir un poco. Total, fue la primera vez que escribí un relato relativamente largo, me animé tras ganar un premio local de relatos cortos, organizado por el ayuntamiento y la primera guerra mundial, era un tema que me gustaba tocar. Tras varios días rebuscando y recabando datos sobre diversas batallas, armamento, material y forma de vida en las trincheras, me puse manos a la obra y escribí éste pequeño relato.
Se lo dedico especialmente a mi vecino Juan, al que le gusta todo esto del mundo militar, cada semana pondré un capítulo, espero que os guste, si es así, comentadlo.
UNAS BOTAS DEL 42
1
Era 5 de octubre de 1916 ,
Francois Giroud despertó de un duermevela, tiritando de frío, cuando el cabo
Bertrand le dio unos golpecitos en el hombro y le espetó : “Despierta, es tu
turno de guardia”, terminó de abrir los ojos y volvió a la realidad, la
trinchera estaba aún a oscuras, el frío era terrible, salió del nicho excavado
en la pared donde había pasado la noche, dormitando sobre un tablón, para que
el frío y la humedad del barro que lo cubría todo, no se le pegara al cuerpo,
puso los pies en el suelo y sus remendadas y gastadas botas sonaron como si
pisara un flan, el fondo de la trinchera era una espesa capa de barro líquido,
que los tablones apenas podían contener, se estiró y cogió su fusil Lebel, que
dormía junto a el a buen recaudo, para que la humedad no hiciese mella en su
mecanismo y estuviera en perfecto orden de revista, su pellejo le iba en ello,
su vida dependía de que ese fusil no se encasquillara cuando mas falta le
hiciera, se colocó el casco y casi a oscuras, con la luz de un farol cegado,
para no revelar al enemigo sus movimientos, se dirigió al punto de vigilancia
que tenía asignado, a escasos
Por el camino otros soldados dormían,(Los que
podían), en huecos cavados en la pared de la trinchera, lejos de la humedad y
de las ratas, cada diez o doce metros la trinchera cambiaba de dirección, en
zig-zag, para evitar la metralla, en caso de ser alcanzados por un obús o
mortero de la artillería alemana. El uniforme y el grueso capote que usaba para
abrigarse, poco hacían por mantenerle caliente y lo peor eran los pies, la
eterna humedad se colaba en sus maltrechas botas y los hongos y la mugre no se
desprendían de sus dedos nunca.
Llegó
al puesto donde otro soldado, estaba recostado sobre unos sacos llenos de
tierra y le dejó a cargo de los prismáticos con periscopio para observar el
movimiento de la trinchera enemiga, que estaba a una distancia de unos
“Buenos días, Pierre, si a
esto se le puede llamar bueno, ¿Alguna novedad?”, “Nada Francois, la noche ha
estado bastante tranquila, los “salchichas” alemanes solo han pegado dos o tres
tiros aislados en toda la guardia, ¡Malditos sean todos!, te dejo el hueco
calentito, no me he movido en toda la noche, voy a ver si soy capaz de dormir
algo y a ver si con un poco de suerte hoy sale el sol” , “De acuerdo, que
descanses esperemos que hoy sea un día tranquilo, aunque lo dudo mucho”. Pierre
cogió su fusil y se largo renqueando, una herida de metralla en la pierna que
no había curado del todo le hacía cojear un poco, en el siguiente cruce le
perdió de vista, Francois se recostó de forma que estuviera lo mas cómodo
posible, 4 horas de guardia le esperaban atento a las líneas enemigas y tenía
que estar alerta, hace tres días un par de soldados alemanes al abrigo de la
oscuridad, habían intentado llegar hasta sus posiciones con una par de mochilas
bomba, fueron abatidos cuando habían completado ya casi tres cuartos de terreno
de nadie, habiendo esquivado alambradas y minas. Era tedioso el estar mirando
por los prismáticos la zona que tenía asignada , cada
Pasaban las horas y el cielo empezó a clarear
a eso de las seis y cuarto de la mañana, otro día sin un rayo de sol, nublado y
frío, un soldado de intendencia se le acercó y le tendió un jarrillo de lata
con un poco de café aguado, pero caliente, un mendrugo de pan duro y un trozo
de tocino rancio y de color indefinido, “Algo es algo”, pensó, se tomó a sorbos
el café y dejó la comida para algo mas tarde. “Dios, que frío tengo, los pies
se me van a congelar, como no consiga unas botas en condiciones, se me van a
pudrir los pies”, se dijo a si mismo.
Solo se escuchó un silbido, el
chillido de la muerte que venía desde el cielo, a dos o tres tramos de
trinchera a su derecha una shrapnel reventó soltando su carga de munición antes
de tocar el suelo, como una lluvia de acero y destrozando todo lo que encontraba
en su radio de acción, cogió su silbato y pitó, el murmullo de la gente
corriendo se mezcló con los gritos y órdenes de los cabos y suboficiales,
mientras los obuses surcaban el espacio que separaban los dos frentes y caían
de forma aleatoria, todos se protegían
como podían, usando cualquier hueco o refugio para no ser alcanzados por
la metralla, de repente “BOOOOMMM”, a menos de diez metros un shrapnel alcanzo
de lleno el tramo de foso que estaba a su izquierda, los oídos le pitaban, se
oían gritos desgarradores de agonía, era una salvajada lo que estos obuses
cargados de munición hacían en la carne humana, antes de impactar, se habría la
punta y soltaba una gran cantidad de munición que barría con todo lo que se
encontrara a su paso. Miró de nuevo por los prismáticos, pero no se veía rastro
del enemigo, el cual seguía atrincherado y solo estaba dando uso a la
artillería, para intentar hacerlos retroceder. Un suboficial dio la orden de
retirada a la segunda línea, más protegida que esta, a la espera de que
cesara el bombardeo, recogió su arma, y
bien agachado comenzó a correr hasta el pasillo que conectaba la red de
trincheras. Pasó el primer tramo, y se topó con una masa sanguinolenta y
destrozada en su camino, lo que antes era una persona ahora era un trozo de
carne picada, al pasar sobre el, tropezó y calló cuan largo era, al incorporarse,
vio que incomprensiblemente, de rodillas para abajo aquel soldado no había sido
alcanzado, y lo que mas le llamó la atención era que calzaba unas botas
increíblemente lustrosas, a pesar del barro y la suciedad. Instintivamente puso
su pie a la altura del pié del soldado fallecido y comprobó que calzaban el
mismo número, el 42, no salía de su asombro, menuda suerte que había tenido, de
todas formas a aquel hombre ya no le servirían de nada sus nuevas botas y las
suyas se caían a pedazos, ni corto ni perezoso y antes de que nadie se fijara
en el, tiró las suyas y se puso las del cadáver, saliendo como alma que lleva
el diablo de aquel pozo, donde aún los obuses caían como fruta envenenada.
El día se saldó con 23 hombres
muertos y 11 heridos, algunos de ellos durarían tan solo unos días, las
condiciones higiénicas y los medicamentos dejaban mucho que desear y lo normal
en un miembro herido, es que fuera amputado, las heridas mas leves se vendaban
y se mandaba al herido de nuevo al frente, y no era raro ver a veteranos con
varias heridas seguir en primera línea de batalla.
Esa noche Francois Giroud en su
nicho, al resguardo de los disparos, al fin durmió con los pies calientes, y es
que aquellas botas eran nuevas, estaban bien engrasadas, y sobre todo estaban
secas, ¡ Que suerte la suya ¡.
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