Vistas de página en total

sábado, 23 de julio de 2022

Unas botas del 42

 En el 2014, escribí éste relato, me gusta darle a la tecla, aunque la verdad no le dedico el tiempo que me gustaría, tengo que replantearme como uso mi tiempo, leer mas y escribir un poco.  Total, fue la primera vez que escribí un relato relativamente largo, me animé tras ganar un premio local de relatos cortos, organizado por el ayuntamiento y la primera guerra mundial, era un tema que me gustaba tocar. Tras varios días rebuscando y recabando datos sobre diversas batallas, armamento, material y forma de vida en las trincheras, me puse manos a la obra y escribí éste pequeño relato.


Se lo dedico especialmente a mi vecino Juan, al que le gusta todo esto del mundo militar, cada semana pondré un capítulo, espero que os guste, si es así, comentadlo.

UNAS BOTAS DEL 42

 

1

 

   Era 5 de octubre de 1916 , Francois Giroud despertó de un duermevela, tiritando de frío, cuando el cabo Bertrand le dio unos golpecitos en el hombro y le espetó : “Despierta, es tu turno de guardia”, terminó de abrir los ojos y volvió a la realidad, la trinchera estaba aún a oscuras, el frío era terrible, salió del nicho excavado en la pared donde había pasado la noche, dormitando sobre un tablón, para que el frío y la humedad del barro que lo cubría todo, no se le pegara al cuerpo, puso los pies en el suelo y sus remendadas y gastadas botas sonaron como si pisara un flan, el fondo de la trinchera era una espesa capa de barro líquido, que los tablones apenas podían contener, se estiró y cogió su fusil Lebel, que dormía junto a el a buen recaudo, para que la humedad no hiciese mella en su mecanismo y estuviera en perfecto orden de revista, su pellejo le iba en ello, su vida dependía de que ese fusil no se encasquillara cuando mas falta le hiciera, se colocó el casco y casi a oscuras, con la luz de un farol cegado, para no revelar al enemigo sus movimientos, se dirigió al punto de vigilancia que tenía asignado, a escasos 50 metros.
Por el camino otros soldados dormían,(Los que podían), en huecos cavados en la pared de la trinchera, lejos de la humedad y de las ratas, cada diez o doce metros la trinchera cambiaba de dirección, en zig-zag, para evitar la metralla, en caso de ser alcanzados por un obús o mortero de la artillería alemana. El uniforme y el grueso capote que usaba para abrigarse, poco hacían por mantenerle caliente y lo peor eran los pies, la eterna humedad se colaba en sus maltrechas botas y los hongos y la mugre no se desprendían de sus dedos nunca.

   Llegó al puesto donde otro soldado, estaba recostado sobre unos sacos llenos de tierra y le dejó a cargo de los prismáticos con periscopio para observar el movimiento de la trinchera enemiga, que estaba a una distancia de unos 500 metros, era una temeridad asomarse a mirar, pues los francotiradores alemanes, eran tristemente famosos por su certera puntería, y mas aún desde hacía unos meses, pues habían adoptado un tipo de munición perforante, la cual atravesaba limpiamente las planchas de acero con una ranura que usaban antes para vigilar.

    “Buenos días, Pierre, si a esto se le puede llamar bueno, ¿Alguna novedad?”, “Nada Francois, la noche ha estado bastante tranquila, los “salchichas” alemanes solo han pegado dos o tres tiros aislados en toda la guardia, ¡Malditos sean todos!, te dejo el hueco calentito, no me he movido en toda la noche, voy a ver si soy capaz de dormir algo y a ver si con un poco de suerte hoy sale el sol” , “De acuerdo, que descanses esperemos que hoy sea un día tranquilo, aunque lo dudo mucho”. Pierre cogió su fusil y se largo renqueando, una herida de metralla en la pierna que no había curado del todo le hacía cojear un poco, en el siguiente cruce le perdió de vista, Francois se recostó de forma que estuviera lo mas cómodo posible, 4 horas de guardia le esperaban atento a las líneas enemigas y tenía que estar alerta, hace tres días un par de soldados alemanes al abrigo de la oscuridad, habían intentado llegar hasta sus posiciones con una par de mochilas bomba, fueron abatidos cuando habían completado ya casi tres cuartos de terreno de nadie, habiendo esquivado alambradas y minas. Era tedioso el estar mirando por los prismáticos la zona que tenía asignada , cada 100 metros mas o menos había un vigía observando, con un silbato a mano para dar la alarma en el improbable caso de que el enemigo cargara contra ellos , pues la guerra de trincheras era un largo tira y afloja, donde lo conquistado hace una semana era arrebatado a la siguiente, dejando un reguero de cadáveres y heridos inmenso, que hacía que el fondo de la trinchera fuera una amalgama de agua putrefacta, mezclada con barro y sangre, donde las infecciones, los piojos y las ratas se multiplicaban como una plaga bíblica.

    Pasaban las horas y el cielo empezó a clarear a eso de las seis y cuarto de la mañana, otro día sin un rayo de sol, nublado y frío, un soldado de intendencia se le acercó y le tendió un jarrillo de lata con un poco de café aguado, pero caliente, un mendrugo de pan duro y un trozo de tocino rancio y de color indefinido, “Algo es algo”, pensó, se tomó a sorbos el café y dejó la comida para algo mas tarde. “Dios, que frío tengo, los pies se me van a congelar, como no consiga unas botas en condiciones, se me van a pudrir los pies”, se dijo a si mismo.

   Solo se escuchó un silbido, el chillido de la muerte que venía desde el cielo, a dos o tres tramos de trinchera a su derecha una shrapnel reventó soltando su carga de munición antes de tocar el suelo, como una lluvia de acero y destrozando todo lo que encontraba en su radio de acción, cogió su silbato y pitó, el murmullo de la gente corriendo se mezcló con los gritos y órdenes de los cabos y suboficiales, mientras los obuses surcaban el espacio que separaban los dos frentes y caían de forma aleatoria, todos se protegían

 

como podían, usando cualquier hueco o refugio para no ser alcanzados por la metralla, de repente “BOOOOMMM”, a menos de diez metros un shrapnel alcanzo de lleno el tramo de foso que estaba a su izquierda, los oídos le pitaban, se oían gritos desgarradores de agonía, era una salvajada lo que estos obuses cargados de munición hacían en la carne humana, antes de impactar, se habría la punta y soltaba una gran cantidad de munición que barría con todo lo que se encontrara a su paso. Miró de nuevo por los prismáticos, pero no se veía rastro del enemigo, el cual seguía atrincherado y solo estaba dando uso a la artillería, para intentar hacerlos retroceder. Un suboficial dio la orden de retirada a la segunda línea, más protegida que esta, a la espera de que cesara  el bombardeo, recogió su arma, y bien agachado comenzó a correr hasta el pasillo que conectaba la red de trincheras. Pasó el primer tramo, y se topó con una masa sanguinolenta y destrozada en su camino, lo que antes era una persona ahora era un trozo de carne picada, al pasar sobre el, tropezó y calló cuan largo era, al incorporarse, vio que incomprensiblemente, de rodillas para abajo aquel soldado no había sido alcanzado, y lo que mas le llamó la atención era que calzaba unas botas increíblemente lustrosas, a pesar del barro y la suciedad. Instintivamente puso su pie a la altura del pié del soldado fallecido y comprobó que calzaban el mismo número, el 42, no salía de su asombro, menuda suerte que había tenido, de todas formas a aquel hombre ya no le servirían de nada sus nuevas botas y las suyas se caían a pedazos, ni corto ni perezoso y antes de que nadie se fijara en el, tiró las suyas y se puso las del cadáver, saliendo como alma que lleva el diablo de aquel pozo, donde aún los obuses caían como fruta envenenada.

   El día se saldó con 23 hombres muertos y 11 heridos, algunos de ellos durarían tan solo unos días, las condiciones higiénicas y los medicamentos dejaban mucho que desear y lo normal en un miembro herido, es que fuera amputado, las heridas mas leves se vendaban y se mandaba al herido de nuevo al frente, y no era raro ver a veteranos con varias heridas seguir en primera línea de batalla.

                                    Esa noche Francois Giroud en su nicho, al resguardo de los disparos, al fin durmió con los pies calientes, y es que aquellas botas eran nuevas, estaban bien engrasadas, y sobre todo estaban secas, ¡ Que suerte la suya ¡.

No hay comentarios:

Publicar un comentario