A finales de octubre John Balance
y sus compañeros, recibieron la orden de recoger, para se relevados de la
primea línea de combate por tropas de refresco y volver a la retaguardia, para
tener un merecido descanso en unas posiciones relativamente mas seguras, acopiaron
sus escasas pertenencias, faltaba el pelirrojo Willians, días atrás, un disparo
de mortero, acabó con su vida. Una vez todo atado, se echaron las mochilas al
hombro, recorrieron las miserias de la trinchera, hasta llegar lo más lejos de
la primera línea y así esa noche alejarse hacia la retaguardia, aprovechando la
oscuridad. Lo que quedaba de su compañía se apiñaba, para así entre todos darse
algo de calor, la noche había llegado y esperaban que el sargento les diera
paso para poder correr un pequeño tramo y saltar a sitio seguro, debían tener
cuidado para no alertar al enemigo, y que lanzaran una bengala, lo que sería su
perdición, en campo abierto y a la luz de la misma, serían una presa fácil para
los francotiradores germanos.
Jhon Balance, mientras
miraba sus relucientes botas, pensaba como coño había llegado a parar a aquel
infierno húmedo y demencial, se había criado cerca de un lugar llamado Coober
Pedy en pleno desierto australiano, en una granja, donde subsistían a duras
penas con algunas cabezas de ganado y donde la fiebre del oro, había hecho que
en 1915 se descubriera un yacimiento de ópalos y los busca fortunas habían
llegado de todos lados, el decidió probar suerte con su hermanos y entonces fue
llamado a filas, y pasó de vivir en una zona donde las lluvias eran algo
insólito, a ser llevado a un lugar donde la humedad y el barro eran un
suplicio, en el momento que volviera a casa, rehacería su vida y volvería al
yacimiento para intentar en un golpe de suerte, encontrar un filón de oro, o lo
que era mucho mejor, de ópalos.
En estos pensamientos estaba
cavilando cuando el sargento les ordenó ponerse en pié y prepararse, los
cincuenta metros que les separaban de la otra trinchera, los superarían en
grupos de cuatro, hasta ponerse a salvo. En la oscuridad, solamente tenían que
correr en línea recta y saltar dentro de la zanja, empezaron los cuatro
primeros, salieron al exterior y como centellas corrieron hasta llegar al
objetivo, varios grupos después y sin novedad, le llegó el turno al suyo, se
desearon suerte, subieron por las escala y a la de tres saltaron,
inmediatamente empezaron a correr, casi a ciegas, de vez en cuando el fogonazo
de una lejana explosión, arrancaba algo de luz a la oscuridad, ya se veían los
sacos terreros de la siguiente trinchera, otra explosión de artillería se oyó
algo mas cerca, a su izquierda, de nuevo se iluminó la noche, unos veinte
metros quedaban para llegar, el primero de su grupo llego al borde y saltó, ya
solo cinco o seis metros le separaban de su destino, los otros tres habían
saltado, vio la trinchera puso un pié en el primer saco, se preparó para
saltar, entonces todo desapareció, solo llegó a oír en sus últimos segundos de
vida un silbido, como de una tetera hirviendo. La mala suerte hizo que un obús
de mortero del calibre 245 y de mas de seiscientos kilos de peso, impactara a
escasos dos metros de él, el cráter que quedó y se puedo observar al día
siguiente medía unos ocho metros de diámetro, la zona de trincheras del impacto
desapareció, así como los cuatro del grupo de Jhon, de los que no se encontró
nada. Por supuesto con el australiano Jhon Balance se desintegraron un par de
botas, de buena factura, bien engrasadas, secas y confortables, del número 42.
EPÍLOGO
La 1ª Guerra Mundial estalló el 28 de julio de 1914
entre la Tripe Alianza de alemanes, austro-húngaros e italianos por un bando y
la Triple Entente por otro lado, formada por ingleses, franceses y rusos,
aunque por motivos coloniales y de alianzas, mas tarde Estados Unidos se unió a
la contienda, e incluso canadienses, australianos y neozelandeses participaron.
Según diversas fuentes aproximadamente murieron unos diez millones de
combatientes, y unos seis millones quedaron mutilados, no solo el conflicto en
sí causó bajas, las enfermedades, el hambre y las condiciones infrahumanas de
vida en el frente se cobraron multitud de víctimas, teniendo en cuenta que no
existían aún muchos de los medicamentos que conocemos hoy en día.
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