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La noche fue terrible y
solamente a las primeras luces del día, hubo una especie de acuerdo no tácito y
la artillería enmudeció en ambos bandos, el silencio posterior era irreal, el
aire helado estaba en calma y algunos bancos de niebla se extendían en tierra
de nadie, asomando aquí y allá tramos de alambradas, carros destrozados,
bestias y hombres muertos por igual, en una escena fantasmagórica. Por fin
tendrían un día despejado, pero el frío era glacial, en las trincheras todos
intentaban calentarse, bien tomando café, te o algo parecido a la sopa, el que no,
fumaba y el vapor de la respiración se elevaba en el aire de la mañana. Todos
sabían lo que tenían que hacer, las escalas de nuevo preparadas, las bayonetas
caladas, la ropa innecesaria se dejó atrás para no dificultar la marcha, para
los mas viejos era una rutina, los nuevos temblaban y miraban con ojos
desencajados a un lado y a otro, alguno se orinó encima, era cuestión de
minutos que recibieran la orden de ataque, un correo llegó corriendo, habló
brevemente con el capitán que impartió órdenes, los suboficiales con los
silbatos en la boca estaban listos para dar el aviso, entonces el capitán bajó
el brazo derecho y comenzó la ofensiva, los silbatos pitaron como locos,
todos arriba, a la carrera, escalando y brincando, no podían parar ni un
segundo si no querían ser un blanco fácil, en el bando alemán los vigías dieron
la voz de alarma, cuando observaron con estupor como una horda de soldados
aliados salían a cientos de sus posiciones y corrían como posesos hacia ellos,
los oficiales alertados del ataque empezaron a organizar la defensa, el caos se
apoderó de las trincheras, carreras, gritos, nervios, todos se movían a sus
posiciones, se sabían inferiores en número, pero las órdenes eran mantener la
posición a sangre y fuego, las ametralladoras MG empezaron a barrer el campo de
batalla, pero a pesar de segar vidas y miembros enemigos, no daban abasto,
tenían que disparar a ráfagas cortas para no gripar el cañón , al cual tenían
que envolver en paños mojados para intentar enfriarlos un poco, el ataque era
monumental.
Jhon Balance y sus compañeros
corrían, saltaban, esquivaban, rodaban y hacían todo lo posible por avanzar sin
ser alcanzados, aquí y allá veía a soldados parar en seco en el aire, como si
hubieran chocado con un muro invisible, para caer en el mismo sitio
desmadejados, destrozados por las balas o reventados por los morteros, el humo,
la tierra que volaba en todas direcciones por las explosiones, los gritos de
rabia, los silbidos de las balas, los cráteres de las bombas, el barro endurecido
por el frío, todo en conjunto era una escena de pesadilla. Los primeros
soldados estaban llegando al frente enemigo, mientras corrían, arrojaban
granadas a las trincheras, se agachaban y posteriormente a la explosión
saltaban, como gatos salvajes , apuñalando, disparando, pisoteando, haciendo
cualquier salvajada por mantenerse con vida, no había honor ni piedad, una
granada cayó en una posición de ametralladora, destrozando a tirador y servidor
por igual, esto fue un acicate para que esa zona libre de disparos fuera mas
accesible, los alemanes corrían en desbandada, los aliados les estaban dando
una paliza tremenda, pues les superaban ampliamente en número, ya empezaban a
huir a la retaguardia, y ni siquiera la orden de repeler el ataque con la
artillería hizo nada por evitar la huida, a los que trataban de alcanzar sus
antiguas posiciones los acribillaron por la espalda, los compañeros de Jhon
recorrían las trincheras, registrando todos los huecos y refugios, eliminando
los focos de resistencia y rematando a los heridos.
Petersen y un par de
compañeros corrían, su posición había sido rebasada y al ver lo que les caía
encima, su única opción fue correr dirección norte, intentando salir de la
trinchera por ese flanco para poder retroceder sin llamar mucho la atención,
corrían los tramos en zig- zag, disparando y saltando por encima de cadáveres y
heridos, un granada calló detrás y el último de los tres fue alcanzado de
lleno, salió disparado, destrozado y con el uniforme quemado y humante,
Petersen y su otro compañero salieron despedidos pero indemnes, el golpe de
metralla lo recibió el último, y eso les salvó, aturdidos y con los oídos
pitando, se pusieron de nuevo de pie, corrieron y dos tramos mas allá, al
doblar un recodo, se encontraron de repente con tropas enemigas, frenaron casi
en seco, por décimas de segundo todos se miraron con sorpresa, el compañero de
Petersen, gritó y se abalanzó hacia el enemigo, pero un tiro de fusil casi a
quemarropa, lo paró en el acto, Petersen al ver aquello saltó hacia delante en
un desesperado y suicida ataque, una bayoneta le atravesó el costado, luego
otra el pecho, cayó de rodillas y cuando aún le sacaban las bayonetas, un
tercer soldado australiano le atravesó el cuello, muriendo de rodillas y con
cara de desconcierto en aquella sucia trinchera.
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