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lunes, 8 de agosto de 2022

Capítulo 3

3

 

     13 de octubre, sobre las nueve de la noche, la ofensiva de hoy había sido todo un éxito, Hans Wolfgang, soldado del imperio alemán, sonreía y presumía ante sus camaradas, con sus relucientes botas nuevas, no podía creer su suerte, esa misma mañana había ensartado por detrás a un piojoso y sucio franchute y un disparo de su colega de regimiento Petersen, le había volado esa cabezota francófona, lo mejor es que llevaba unas botas de buena calidad y sorprendentemente, eran de su talla, el número 42, al fin pudo jubilar las suyas, que daban asco y le torturaban desde hacía semanas los pies, estas le sentaban como un guante y para colmo eran sorprendentemente cálidas y confortables.

   Había llegado al frente en agosto y llevaba en aquel lodazal casi tres meses, en aquella madriguera, cerca de la población de Picardía, el alto mando imperial se había propuesto recuperar el terreno conquistado y darle una buena lección a los aliados, compuestos de franceses, ingleses, australianos y los recientemente llegados estadounidenses. Habían recuperado esos 500 metros que les separaban del lado aliado y los habían obligado ha replegarse cerca de un kilómetro, la zona aliada estaba infectada de cadáveres, el olor era insoportable, a pesar de las bajas temperaturas. Varias cuadrillas habían recibido la orden de turnarse para sacar cadáveres del fondo de las trincheras, un trabajo penoso y agotador, algunos muertos se deshacían literalmente al cogerlos, pero a esa hora de la noche, habían logrado despejar mas o menos la posición, habían montado las ametralladoras en puntos estratégicos y organizado el avituallamiento e intendencia de las tropas, otra cosa no, pero los alemanes eran disciplinados y muy organizados, la zona alemana se caracterizaba por tener trincheras, túneles y estancias subterráneas que eran envidiadas por las fuerzas aliadas.


    Hans Wolfgang, después de su turno de guardia se preparó para pasar la noche, Los gabachos que ocuparan esa posición habían dejado en la huida algunas provisiones y Hans tuvo la suerte de encontrar en el chaquetón de uno de los fallecidos una bolsa de tabaco y encima estaba seco, así que se comió una porción de carne enlatada con unas galletas saladas, en cuestión de alimentación de campaña, los aliados se distinguían por ser mas que mediocres y sus raciones además de escasas eran pura bazofia, para colmo cuando llegaba a los soldados desde la retaguardia, normalmente en latas vacías de combustible, estaban a temperatura ambiente, es decir frías y con aspecto de emplaste para tapar grietas. Terminó su mas bien escasa pero suculenta cena y arrojó la lata por encima de la trinchera, se sentó junto a un par de camaradas encima de unas cajas vacías de munición, se lió un pitillo y ofreció tabaco a sus colegas de regimiento, tuvieron cuidado de tapar bien con la mano el fuego de la cerilla, pues en la noche y en la total oscuridad, cualquier fuente de luz era como un farol que indicaba al enemigo su posición. Hans dio una profunda calada a su cigarrillo, el tabaco era mas que aceptable, sobre todo después de estar sin suministro del mismo desde hacía un par de semanas. Los tres charlaron un rato de cómo había resultado el día, habían tenido unas cuantas bajas, pero nada comparado con la escabechina sufrida por los franceses, a los heridos enemigos los habían rematado con la bayoneta o con cuchillos, no era cuestión de malgastar munición, quedando sus cuerpos a la intemperie, bajo la lluvia, tan solo los cuervos y las ratas se alegraban de tal festín, ellos habían recogido a sus heridos y cadáveres y los habían trasladado a retaguardia. En la avanzadilla donde se encontraban ahora, el alto mando había mandado tropas de refresco, para asegurar el terreno por fin ganado y se esperaba que por lo menos en un par de días no habría más ataques de infantería, los aliados estarían lamiendo sus heridas y reagrupándose. Petersen le comentó a Hans: “Vaya buenas botas que te has agenciado amigo, y fíjate nosotros, las nuestras parece que tienen vida propia, como siga así el otoño y esto se alargue, nos van a salir aletas en los pies”, “La verdad es que son de buena factura y me han aliviado los pies una barbaridad”, contestó Hans, el otro soldado Alfred se sonrió, pero no apartaba la vista de las botas de su compañero y cierto brillo en sus ojos delataba la envidia que sentía, pues como la mayoría de las tropas, lo peor de la vida en las trincheras, era la humedad aparejada con el eterno barro y la parte del cuerpo que mas sufría con ello, eran los pies, tenerlos secos y a salvo de la humedad, era un lujo que pocos se podían permitir. Después de fumar, cada cual se acomodó como bien pudo, bajo un toldo embreado, por si volvía a llover y sobre unas tarimas para estar lejos del fondo de la trinchera, al rato roncaban, pues la jornada había sido especialmente dura, dura y sangrienta y ahora el bajón de adrenalina hacia que sus cuerpos parecieran de plomo. 

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