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El día 23, amaneció con algo
parecido a un día soleado, de vez en cuando entre las nubes algún que otro rayo
de sol se escapaba, el frente aliado bullía de actividad, aviones de
reconocimiento habían observado en el bando alemán un reagrupamiento de tropas,
se esperaba una gran ofensiva, todo eran carreras, se repartió munición,
canadienses, australianos, británicos, franceses y estadounidenses, todos se
preparaban para lo peor, órdenes en distintas lenguas se gritaban aquí y allá,
durante la pasada noche el fuego de artillería de ambos bandos, había sido
cadencioso pero continuo, casi nadie
había pegado ojo, tan solo los oficiales que tenían sus puestos de mando en la
retaguardia bajo tierra y rodeados de sacos, habían estado a salvo de los
obuses y morteros, al amanecer el fuego había dado una tregua, que ambos bandos
estaban aprovechando para ordenar sus filas y prepararse para lo que estaba por
venir.
El lado alemán estaba
también en alerta, se preparaban para lanzar otro ataque, dado el éxito
anterior, querían seguir ganando terreno, pero hoy contaban con algo que haría
retroceder al enemigo sin tener muchas bajas propias, varios depósitos de
obuses de fragmentación cargados de gas mostaza habían sido trasladados esa
noche a la zona de artillería, en primera línea todos llevaban mascaras de gas
y unos grandes cilindros llenos de cloro esperaban ser abiertos, cuando se dio
la orden, los especialistas abrieron las válvulas y una nube de color amarillo verdosa
fue llevada por el viento hacia las posiciones aliadas, al mismo tiempo se dio
orden de disparar los obuses.
Los vigías aliados
observaron con horror, como una nube irreal avanzaba hacia ellos, pegada al
suelo, arrastrada por el aire, cundió el pánico, el soldado de infantería
australiano John Balance junto a sus camaradas estaba apoyado contra la pared
de la trinchera, a la espera de las órdenes del sargento de su compañía, de
pronto se empezaron a oír gritos, un olor fuerte empezó a llegar a sus
posiciones, los ojos fueron los primeros que empezaron a picar, en segundos la
garganta escocía, y una nube de gas amarillenta y verde empezó a cubrirlos, la
desbandada fue general, al mismo tiempo los obuses cargados de gas mostaza,
empezaron a caer, explotaban y una sustancia semilíquida empapaba a los
soldados, que no sabiendo que hacer, se escondían en los últimos y mas oscuros
rincones, tapándose la boca con pañuelos, trapos o lo que tuvieran a mano, el elemento
químico al evaporarse con el calor corporal quemaba la piel, el dolor era
insoportable, intentaban escapar, pero la nube tóxica lo impregnaba todo y
acababan cayendo entre convulsiones sufriendo una horrible muerte. Los más
afortunados como el australiano John, pusieron pies en polvorosa, aún antes de
que se diera la orden de retirada, aquello era el infierno en la tierra. El
caos fue total, más de 3000 soldados murieron a causa de los gases, incluso la
retaguardia salió despavorida, dejando todas las posiciones a merced de los
alemanes, que con sus máscaras antigás avanzaron en un ataque relámpago y
ocuparon rápidamente las posiciones conquistadas.
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