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Hans Wolfgang se despertó temprano, el frío
para variar era terrible pero por lo menos no llovía, las trincheras que
reconquistaron a los aliados eran una mierda, apestaban y solamente la férrea
disciplina hacía que los grupos de mantenimiento y zapadores, las mantuvieran
más o menos en condiciones, pero había que defender como fuera esa posición,
las órdenes eran muy claras, sin escusa de ningún tipo.
Le tocaba su turno de guardia, así que se
comió una lata de sardinas en aceite con algo de pan duro y ya algo rancio, se
preparó, cogió el arma y se encaminó a su lugar de vigilancia, el sitio estaba
algo machacado, gracias a su artillería, que días antes en un bombardeo había
causado grandes daños, tanto a las tropas enemigas como a sus posiciones. Se
había remendado el lugar con sacos terreros, planchas metálicas, y apuntalado todo
con largueros de madera, a la espera de poder reforzar mejor el lugar. Tablones
en el suelo a modo de improvisada pasarela, hacían que no se hundieran en el
barro al caminar. Una enorme rata se paseaba por una esquina, cogió un piedra,
la alzó lentamente y se la tiró, falló por centímetros y el animal dando
chillidos se escondió tras una tabla, se adelantó unos pasos, dio una patada y
la rata enseñando sus dientes y chillando salió corriendo hacia el otro lado,
Hans se maldijo, “A esta hija de puta la voy a reventar”, dio un par de pasos y
la rata arrinconada, intentaba subir por los sacos terreros, con la culata del
fusil intentó darle un culatazo, pero el mal bicho no paraba quieto intentando
subir, dio un respingo y corrió de nuevo hacia la derecha, se escondió en una
lata, Hans dijo: “¡Ahí te quería ver, ya te tengo rata asquerosa!”, se plantó
delante de la lata, en cuyo fondo la rata estaba acurrucada, cogió una gran
piedra con ambas manos, la alzó por encima de su cabeza y “ Zasssss “, sin
saber siquiera que estaba pasando, un enorme agujero se materializó de repente
en su pecho, la piedra cayó de sus manos, le dio en un hombro y rebotó hacia el
suelo, en ese momento el sonido del disparo llegó a sus oídos, apoyó la espalda
en el fondo de la pared de tierra, se miró y vio con incredulidad como la
sangre salía de su pecho a borbotones, resbaló y quedó en el suelo sentado y
muerto, los compañeros se acercaron, bien agachados, sin comprender como habían
podido darle, uno de ellos se fijó que había una pequeña rendija entre la
plancha de hierro y los sacos, uno de ellos cogió en peso otro saco y cuidando
mucho de no ponerse delante, cubrió la ranura. La rata salió de la lata, para
sorpresa de todos, dio un salto y se perdió de vista corriendo por la
trinchera.
Petersen fue uno de los
encargados de trasladar el cadáver de Hans, esa noche su turno de guardia fue
algo más placentero, pues unas botas excelentes del nº 42, protegían sus pies
del frío y la humedad.
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