Alaridos en las dunas.
(Relato basado en una
leyenda Tuareg.)
Will, era un joven que vivía al sur de Nevada, cerca del gran desierto de Mojave. Un día le
llamaron por teléfono y le dieron la noticia de que su hermano que vivía en California, estaba
enfermo. La verdad, es que estaba muy atareado con el trabajo del taller, pero pudo más el amor que
sentía por su hermano que las obligaciones del día a día, así que al día siguiente decidió coger su
vieja Harley e ir a hacerle una visita. Como el viaje iba a durar un par de días, preparó los bártulos
y salió a la carretera.
Los kilómetros pasaban parsimoniosamente, y durante el día el calor árido del desierto le secaba
la piel, paraba en las escasas gasolineras de la carretera polvorienta, para refrescarse, repostar la
moto y aprovechar un poco de la sombra de sus muros o escuálidos árboles, el amanecer y el atardecer, eran los mejores momentos para conducir en aquellos eriales.
En la segunda noche, acampó al refugio de una gran duna. Bien entrada la madrugada, la luna
estaba alta en el cielo, la hoguera que preparó para calentarse en el frio de la madrugada, no era más
que rescoldos. Un presentimiento lo despertó de repente, sin acordarse exactamente donde se
encontraba y aún adormilado se incorporó, quedando sentado en el saco de dormir, totalmente a oscuras, solamente la luz lunar sacaba sombras de las piedras y matorrales, dándole a paisaje un
aspecto fantasmal, entonces oyó unos lamentos a una distancia incierta, como alguien que sollozaba
y se lamentaba amargamente, eran tales los aullidos que se le erizaron los pelos de la nuca, quedó
con los ojos bien abiertos y atento, al poco rato escuchó los gritos a unos pocos metros, el terror lo
tenía paralizado, entonces sintió a un par de metros como alguien escarbaba en la arena y puñados
de ella le cayeron en la cara, seguido de unos gritos aterradores. Fue tal el pánico que sintió, que
recogió el saco de dormir, arrancó la moto y salió de allí como alma que lleva el diablo.
Al día siguiente llegó a San Bernardino, y se sintió contento de ver que su hermano estaba
bastante mejorado. Aquella noche a la luz de una hoguera, con varios amigos y una botella de
Bourbon que pasaba de mano en mano, oían los relatos que un viejo indio contaba de sus
antepasados, entonces Will contó lo sucedido la noche anterior en el desierto. El viejo indio lo miró
pensativo, todos por respeto al anciano callaron y aguardaron, y contó lo siguiente:
“Hace ya muchos años cuando mi abuelo aún era joven y fuerte, sucedió que en esta zona
desértica vivían dos tribus, enfrentadas entre sí por una disputa largo tiempo olvidada, los muertos
de unos con los muertos de otros se pagaban, y las arenas del Mojave se teñían de rojo con la sangre
de los guerreros caídos. No muy lejos de donde tú acampaste anoche, vivía una viuda con su hijo
pequeño, su padre murió en una de las emboscadas de la tribu contraria, y la pobre mujer salía
adelante con dificultad, vivía en una choza, con algunas cabras y un pozo de agua. Sucedió que un
miembro de la tribu enemiga había sido asesinado unos días antes, y los guerreros andaban
buscando venganza. Cegados por la ira llegaron al campamento de la viuda la violaron y la
maniataron con tiras de cuero, se llevaron al pequeño y le dijeron cobardemente que iban a enterrar
vivo al crío en la arena del desierto.
Es bien sabido que muy poderoso es el amor de una madre y ninguna ligadura puede con su
coraje, logró soltarse de sus ataduras y empezó a correr hacia la primera duna y escarbó con todas
sus ganas para ver si su pequeño estaba allí enterrado, al no obtener resultado, fue corriendo a otra
duna y siguió escarbando, y a otra, así toda la noche, hasta que asomó el sol por el horizonte. Y
siguió y siguió, día tras día, llamando a gritos a su pequeño, sacando arena aquí y allá, hasta que el
Gran Espíritu le concedió el don de la locura, para que no sufriera inútilmente.
Joven motorista, probablemente lo que oíste fue el alma de la pobre mujer, que aún en el más allá
sigue buscando desesperadamente a su retoño.
Así que reflexionad, que las guerras y venganzas, a nada conducen y la sangre de unos con la de
otros se pagan”. Todos callaron durante un rato, meditando sobre lo que el viejo había relatado.
Will volvió a casa, y los años pasaron, pero aún hoy, en las noches de luna llena, cuando
contempla el desierto, un pequeño escalofrío le recorre la espalda.
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